Repetimos continuamente que esta tierra mendocina era en su génesis un absoluto desierto, una geografía donde gracias a la acción de hombres y mujeres de nuestros pueblos originarios, primero, se logró encontrarle caminos al agua para ampliar el pequeño vergel que hallaron. Sí, porque aquellos que llegaron a instalarse en esta zona del país y decidieron comenzar a poblarla se ubicaron inmediatamente en tierras cercanas a los cursos de ríos o se afincaron en los alrededores de lagunas. Era una época en la cual el recurso hídrico alcanzaba para esa pequeña porción de población.
Desde los arbustos nativos de esta ecorregión a los frondosos álamos que se convirtieron en un emblema de la nueva ciudad, los árboles guardan en su interior y en la historia de cómo se cuidaron y llegaron a la provincia el inseparable vínculo con su alimento de vida, el agua.
De navegar en canoas por las Lagunas de Guanacache a comenzar a dividir tierras para «cederlas» a los conquistadores, el paisaje de la Mendoza que conocieron los habitantes originarios fue cambiando. La expansión de la población necesitó, en un primer momento, no solo domar las tierras desiertas donde se establecería la nueva urbe, sino también domar la propia fuerza del agua, encauzándola y sosteniendo los márgenes de los canales con forestales.
El canal Tajamar (ahora entubado) fue un cauce muy importante para esa Mendoza fundacional. El transporte del agua lo hacía por gravedad y aquí aparece ese enlace que especialmente los inmigrantes les dan a los árboles, desde un aspecto ya no solo de protección de las acequias sino paisajístico. Para Sonia Fioretti, «los inmigrantes intentaron reproducir su paisaje de origen, así el desarraigo quizás dolería menos. Por algo se habla de la ciudad de Buenos Aires como la segunda París o que las plazas seguían un estilo de jardín francés y, lógicamente, los italianos, con la vitivinicultura».
Y sí, cuando la provincia recibe a los inmigrantes y la organización de la sociedad comienza a expandirse, los árboles fueron -como lo son hoy- fundamentales, no solo como laderos silenciosos en los cursos de agua sino también como fuente para la economía (su madera), recursos para la salud, el bienestar, y son un cultivo de la expansión agrícola. En todas estas facetas la presencia del agua es una fusión indivisible.
Nuestra eterna Alameda
Fue un español quien introdujo en Mendoza una de las especies más emblemáticas que tiene hoy la provincia: sus álamos. Juan Francisco Cobo, nacido en Navarra, España, en 1754, fue un notable inmigrante que formó parte de las altas esferas sociales políticas de Mendoza. Él habría recibido desde Cádiz estacas de Populus alba fustigiata, nada menos que nuestro preciado álamo. Cobo fue una figura que tenía una pasión por la vegetación y que se encargó de hacerla parte del paisaje mendocino. «Él hizo una revolución industrial, pero en madera», dice Alberto Ripalta sobre Cobo. «Hubo un cambio muy notorio del paisaje natural propio, de una fitogeografía de monte bajo, arbustivo, chato, donde el árbol más alto era el algarrobo, a estos álamos que podían alcanzar entre 15 y 20 metros de altura. Eso implicó un cambio paisajístico muy notorio», dice Sonia Fioretti.
Los álamos a la vera del Tajamar, luego llamado el paseo Alameda, cambiaron el paisaje mendocino urbano y nada menos que el General San Martín fue quien tomó la posta, por iniciativa de los vecinos, de embellecerlo más aún, durante su gobernación como intendente de Cuyo, desde 1814. «Él lo amplía llevándolo a 7 cuadras, todo el paseo de la Alameda tiene una impronta de San Martín. Las crónicas narran que por allí paseaba con su esposa Remedios de Escalada y muy cerquita nació su hija Merceditas en calle Corrientes», dice Claudia Martínez.
«Lo usaban viajeros, era el gran paseo para sociabilizar, incluso para bañarse en las aguas del Tajamar. Cuando los álamos cumplieron su ciclo vital, hacia 1911, se realizó el recambio forestal por especies nativas de Argentina, como son las tipas y las acacias visco, ejemplares que permanecen hasta la actualidad», agrega la investigadora.
Paseo Alameda 1880 (Archivo General de Mendoza)
«Aunque embellecer era un componente social, desde el punto de vista de la irrigación, la plantación de árboles tenía un objetivo más práctico, debía haber árboles a los costados de cualquier canal o hijuela para consolidar el suelo y para protegerlo ante las crecidas. Se pensaba también en la necesidad de producir madera, imprescindible para la construcción de los pie de gallo (estructura para desviar el agua), compuertas, pequeños diques derivadores y las contenciones con que se revestían algunos cauces que aún hoy se observan en algunas fincas. Así aquella generación que se apropia de la naturaleza, busca embellecerla, pero en un primer lugar, debe domar su fuerza», sigue diciendo Claudia Martínez.
El árbol y el agua como política pública
«La vocación por la protección y fomento del árbol y de las masas boscosas en Mendoza, reconocen importantes antecedentes, los cuales se remontan al siglo XIX. Si bien primó en un comienzo una visión sanitarista, ornamental y por momentos, productivista de la naturaleza, esto no constituyó un impedimento para que las diferentes autoridades implementaran importantes medidas de protección del arbolado, las que otorgaron características distintivas a la provincia en este sentido y que llegan hasta la actualidad. Pueden identificarse así como hitos, la Ley 19 de 1896, durante la gobernación de Francisco Moyano, la cual promovió la creación del Parque del Oeste (actualmente Parque General San Martín). Al año siguiente, se promulgó la Ley 39, de protección y fomento de bosques, árboles y arbustos en la Provincia. Esta ley significó un destacado instrumento que reguló desde cuándo se podrían cortar los árboles, las penas por su incumplimiento, un sistema de exenciones y primas de estímulo, entre otras, hasta la exigencia y reforzamiento de la obligación de plantar árboles a la vera de cada nueva calle y cauces de riego que se abriera. En este orden de ideas, un rol destacado desarrolló también el Departamento General de Irrigación, ente autónomo responsable de la gestión del agua en la Provincia, el cual en 1935, creó dentro de su estructura la Sección Agronómica», dice Laura Ortega.
Toma aérea dique Valle de Uco
«Surgió una necesidad importante de obtener datos, ya no era solamente plantar la especie más bonita, era pensar que se necesitaba información, sobre ese cultivo que es el árbol y las necesidades hídricas que tenía. También, sucedió que aparecieron plagas como fue la filoxera, que se manifiesta en climas húmedos y que implicó que se debieron erradicar muchas viñas en torno al río Mendoza. Esa sección agronómica, fue muy bien recibida por los diarios de la época, hace justamente hincapié en eso, en la necesidad de medir, de racionalizar», continúa Ortega.
Entre los fundamentos de la creación de la «Sección Agronómica», se destacaba que se establece un censo de cultivos, que se crea para determinar coeficientes de riego y que los trabajos en los diques «tendrán por principal objetivo la producción de forrajes y formación de viveros forestales destinados a la provisión de plantas a los cauces». También desde su creación, se habla de lo que hoy se observa con esplendor en el dique Cipolletti, dice textual «a fin de propender el embellecimiento de los parques y jardines adyacentes a los diques Cipolletti y Medrano (actual dique Tiburcio Benegas), la Sección Agronómica proyectará los trabajos de ornamentación que convenga efectuar, para dar a esos paseos el realce estético conveniente en su calidad de paseos públicos».
Árbol en dique Cipolletti
Como parte del Plan de Forestación que implementó el Departamento General de Irrigación, se consolidaron estos bosques de álamos, olmos, acacias y sauces y otras variedades en los terrenos adyacentes a las principales infraestructuras hidráulicas. Además, se promovió el establecimiento de viveros y estaciones experimentales en los diques Medrano, Phillips y Cipolletti, con la finalidad de proveer de plantas a las Inspecciones de Cauce y realizar estudios sobre las mejores especies para la geografía semiárida de Mendoza. Hoy, alrededor de algunos de los principales diques de la provincia, se pueden observar esos pulmones verdes, que complementan en una acuarela perfecta de colores, el celeste del agua y los verdes y ocres de los árboles en sus alrededores.
La coordinación política de los años treinta, permitió articular esta defensa forestal con las políticas de fomento turístico. Así, cuando se construyó la Hostería Dique Cipolletti (1940), espacio que contó también con un camping, los turistas pudieron recrearse no solo de las aguas sino también del hermoso bosque artificial creado tanto para su disfrute como para la protección de infraestructuras hídricas (Raffa, 2020). Espacio que en la actualidad continua cumpliendo las mismas funciones y que desde 2023 es parte de un amplio plan de mantenimiento y reforestación.
Anillos de historia
Alberto Ripalta, miembro del Laboratorio de Dendrocronología e Historia Ambiental del IANIGLIA (Instituto Argentino de Nivología, Glaciología y Ciencias Ambientales), explica su especialidad: el análisis dendrocronológico. Dendro significa árbol, crono es tiempo y logo es el estudio; implica la extracción, sin dañar el ejemplar, de un trozo cilíndrico de la madera del árbol, donde se pueden observar los anillos de crecimiento del mismo. En el laboratorio, los resultados podrán informar sobre las condiciones de estrés hídrico a los que estuvo expuesto, si padeció el fuego, enfermedades y más.
Es una radiografía precisa de la historia ambiental a través de los árboles, que pone a Mendoza y a la Argentina en una plataforma científica de excelencia. «El estudio que realizamos en los bosques del dique Cipolletti, arrojó que algunos de sus robles son árboles de unos 80 años, aproximadamente. Seguramente, se eligió esa especie simplemente porque estaba, es un árbol que se usó más para calles, plazas. En este caso no estamos hablando de un objetivo de contener el agua, sino un fin paisajístico, aunque siempre hay que considerar que los árboles conforman un sistema ecológico, pueden incidir en la temperatura y humedad de la geografía donde se los establezca», dice Alberto Ripalta.
Respira
En la actualidad, desde el Departamento General de Irrigación, se desarrolla una constante gestión focalizada en la elección de especies de bajo requerimiento hídrico. Cada vez que se realiza una obra de impermeabilización, se establece una coordinación con la Dirección de Biodiversidad y Ecoparque de la provincia, que establece los lineamientos con el fin de garantizar una reforestación compensatoria que mantenga la misma masa arbórea. Además, se comienzan a incorporar, en aquellos casos en que se conservan forestales en las márgenes del canal y no existe la posibilidad de otros sistemas de riego, las «ventanas de fondo» en cauces impermeabilizados. Se trata de aberturas en la base del canal que permiten la infiltración del agua y el riego en consecuencia y conservación de los árboles en sus márgenes.
El árbol, proporciona servicios ecosistémicos que van desde la sombra, al aire puro, la fijación de suelo, la captura de dióxido de carbono y la disminución de niveles de contaminación ambiental. Dichos servicios se hacen presentes tanto en bosques nativos, como en bosques cultivados, siendo fundamental su aporte en el caso de bosques urbanos donde además, se comportan como biomonitores del ambiente construido, reducen el consumo energético y favorecen la habitabilidad de espacio público. Los árboles, en su masa constitutiva, van escribiendo la historia geográfica, climática, hídrica que los ha mantenido en pie. Ellos son bocanadas de aire, para respirar y crear.