En tan solo dos meses, entre enero y marzo de 2003, seis personas fueron encontradas muertas en Madrid y el pánico se desató en la sociedad española. Si bien no había un vínculo entre las víctimas, sí había dos puntos en común que las unía: todos habían sido asesinados a quemarropa, y al lado de sus cuerpos siempre se encontró una carta. La prensa terminó apodando al homicida como el “asesino de los naipes”.
La Policía lo buscó durante meses, intentando descifrar cuál era su modus operandi y qué lo motivaba a elegir a sus víctimas. Pero nada de ello prosperó.
Todo cambió el 3 de julio de ese mismo año cuando un hombre borracho se acercó hasta la comisaría de Puertollano. “Yo soy el asesino de la baraja”, le dijo al primer policía con el que se cruzó. Se trataba de Alfredo Galán Sotillo, un exmilitar de 27 años que había dejado de servir al Ejército por un trastorno de ansiedad.
La confesión generó un gran revuelo porque los investigadores habían pasado meses buscando descifrar la motivación detrás de los crímenes. Sin embargo, la respuesta de Galán Sotillo a esto fue contundente: “Me entrego porque estoy cansado de la ineficacia policial”.
El as de copas
El 24 de enero de 2003, Juan Francisco Ledesma, un portero de 51 años, se encontraba con su hijo en la portería cuando, de repente, un misterioso hombre le ordenó que se arrodillara y que se pusiera de cara a la pared. En cuestión de segundos, Ledesma fue asesinado con un disparo en la cabeza. El homicida se aseguró de no dejar ni una sola huella y se marchó.
Trece días más tarde, otro escalofriante crimen estremeció a la ciudad de Madrid: Juan Carlos Martín, un empleado del aeropuerto de Barajas de 29 años, estaba esperando el colectivo de madrugada cuando fue baleado de la misma forma que Ledesma. En la escena, la Policía encontró un naipe, el as de copas.
Si bien en un principio ese detalle no parecía ser importante, luego se convirtió en la marca registrada del asesino, ya que esa misma tarde, volvió a elegir a una nueva víctima. Esta vez fue un adolescente de 19 años que dibujaba en la barra de un bar, a quien le disparó en la cabeza sin mediar palabra. Luego, se dio la vuelta y apuntó contra Juana Dolores, una mujer que había llegado al local para usar el teléfono, y una bala le atravesó el ojo derecho. Tampoco sobrevivió.
El agresor también disparó contra la dueña del comercio, quedó herida de gravedad, pero se salvó gracias a que fingió estar muerta. En esta ocasión, el asesino no dejó carta.
Luego de los crímenes, la prensa española difundió el caso haciendo foco en el misterio del as de copas. Un detalle del cual el homicida se apropió en su siguiente ataque el 7 de marzo, cuando le disparó a Eduardo Salas y Anahid Castillo, una pareja de ecuatorianos que se estaba despidiendo en una avenida del municipio de Tres Cantos. Afortunadamente, ambos lograron sobrevivir porque el arma se trabó, pero Salas quedó muy malherido. A sus pies, el misterioso hombre dejó la carta del dos de copas.
Las últimas dos víctimas del “asesino de los naipes” fueron Georgie y Doina Magda, un matrimonio de ciudadanos rumanos de 47 y 35 años que volvían de trabajar. El atroz crimen se produjo en un descampado de Arganda del Rey, lugar en donde se encontraron el tres y el cuatro de copas marcados con un punto azul, un detalle que también tenía el naipe que se dejó en la escena de Tres Cantos.
La confesión
Casi cinco meses después, sin rastros ni avances en la investigación del “asesino de la baraja”, un hombre llamado Alfredo Galán Sotillo, de 27 años, confesó que él había cometido los homicidios. A pesar de su estado de ebriedad, le dijo a la Policía de Puertollano que estaba “harto de la ineficacia policial” y que había decidido entregarse por voluntad propia. Si bien en un primer momento no le creyeron, aportó un dato que hasta ese momento no había trascendido: los puntos azules en las cartas.
Durante el juicio, los forenses Juan José Carrasco, José María Abenza y Faustino Velasco llegaron a la misma conclusión: Galán Sotillo era un “depredador humano que sale a la caza del hombre para humillarlo y matarlo”.
Asimismo, el informe del perfil psiquiátrico del acusado indicaba que no había venganza contra sus víctimas, sino que buscaba “tener la experiencia de que es lo que se siente al quitar la vida a otro ser humano”.
Finalmente, la Justicia condenó al “asesino de los naipes” a 142 años de prisión por los seis homicidios cometidos entre el 24 de enero y el 18 de marzo de 2003. Pena que cumple en la cárcel de Herrera de la Mancha y de la cual podrá salir cuando pase 25 años tras las rejas, ya que así lo establece el sistema jurídico vigente de España.
Fuente: TN