La Academia sueca de las Ciencias ha galardonado a Daron Acemoglu (Estambul, 1967), Simon Johnson (Sheffield, 1963) y James A. Robinson (Reino Unido, 1960) con el premio Nobel de Economía, oficialmente conocido como premio del Banco de Suecia en Ciencias Económicas en Memoria de Alfred Nobel, por sus estudios sobre “cómo se forman las instituciones y cómo afectan la prosperidad”. Este galardón, que corona trabajos, investigaciones y descubrimientos destacados en ámbito económico, se concede desde 1969. La anterior ganadora, en la edición del año pasado, fue la estadounidense Claudia Goldin, profesora de la Universidad de Harvard (Massachusetts), reconocida por sus investigaciones sobre la brecha de género en el mercado laboral. Ha sido la tercera mujer en lograrlo en 55 ediciones y la única y en ser galardonada en solitario.
Acemoglu y Johnson son profesores del Massachusetts Institute of Technology (MIT), en EE UU; Robinson de la Universidad de Chicago. “Han demostrado la importancia de las instituciones sociales para la prosperidad de un país. Las sociedades con un Estado de derecho deficiente e instituciones que explotan a la población no generan crecimiento ni cambios para mejor. La investigación de los galardonados nos ayuda a entender por qué”, explica la Academia.
Los tres premiados han investigado por qué las sociedades donde el Estado de derecho no funciona de manera correcta son incapaces de generar crecimiento y prosperidad, poniendo el foco en aquellos territorios que han sufrido un proceso colonial. “Cuando los europeos colonizaron grandes partes del mundo, las instituciones de esas sociedades cambiaron. Esto fue a veces dramático, pero no ocurrió de la misma manera en todas partes”, argumenta la Academia en su justificación del premio. “Han demostrado que una explicación de las diferencias en la prosperidad de los países son las instituciones sociales que se introdujeron durante la colonización. Las instituciones inclusivas se introdujeron a menudo en países que eran pobres cuando fueron colonizados, lo que con el tiempo resultó en una población generalmente próspera. Esta es una razón importante de por qué las antiguas colonias que alguna vez fueron ricas ahora son pobres, y viceversa”, añade.
Acemoglu, nacido en Turquía y formado en el Reino Unido, en la Universidad de York, empezó desde el inicio de su carrera académica a investigar los vínculos entre la política y la economía con un enfoque holístico. Después de doctorarse en la London School of Economics, fue nombrado profesor asistente en el MIT, donde ahora es catedrático. Sus tesis sobre la economía del desarrollo, el crecimiento económico, el impacto de la tecnología —sostiene que la innovación tecnológica no necesariamente coincide con la prosperidad—, el capital humano, la formación y la desigualdad salarial, pronto encontraron amplia difusión. En 2016, el también coautor del best-seller Por qué fracasan los países (Deusto, 2012) —escrito junto a James A. Robinson—, fue galardonado con el Premio Fundación BBVA Fronteras del Conocimiento en la categoría de Economía, Finanzas y Gestión de Empresas.
El turco-estadounidense Acemoglu y el anglo-estadounidense Robinson concluyeron que las brechas de prosperidad entre naciones se deben al funcionamiento de las instituciones políticas y económicas, en lugar de otros factores que constantemente se han puesto sobre la mesa, como las peculiaridades culturales, climatológicas o geográficas. Si estas son deficientes, no es posible que se generen círculos virtuosos entre las instituciones públicas y la ciudadanía que fomenten un desarrollo inclusivo. “Todo es una cuestión política, el proceso político es el que crea la estructura económica de las sociedades. Utilizamos estas ideas para explicar la enorme desigualdad del mundo moderno. Las grandes diferencias entre países ricos y pobres tienen que ver con la historia de cómo las instituciones de distintos puntos del mundo divergieron”, resumió Robinson en una entrevista con este periódico.
Simon Johnson, también británico, sostiene en el recién publicado Poder y Progreso (Planeta, 2024), escrito junto a Acemoglu, que la innovación tecnológica no conlleva de forma sistemática a mejoras sociales, ya que los beneficios que genera suelen ir a parar en las manos de pequeñas élites. Desde marzo de 2007 hasta finales de agosto de 2008, fue economista jefe del Fondo Monetario Internacional (FMI).
En un mundo lleno de retos mayúsculos e inmerso en la incertidumbre, desde el cambio climático a la disrupción tecnológica, “reducir las enormes diferencias de ingresos entre los países es uno de los mayores desafíos de nuestro tiempo. Los galardonados han demostrado la importancia de las instituciones sociales para lograrlo”, ha afirmado este lunes Jakob Svensson, presidente del Comité del Premio de Ciencias Económicas, durante la ceremonia en la cual han sido anunciados los nombres de los premiados.