La Ciudad de México se vio envuelta en 2003 en una serie de asesinatos que causaron terror en toda la sociedad. Las víctimas eran todas mujeres de entre 60 y 85 años, a las que habían asesinado estrangulándolas con un cable o una soga. Los medios apodaron al presunto asesino serial como “Mataviejitas”.
Los investigadores estuvieron días y noches enteras detrás del sospechoso, pero todo cambió tres años más tarde cuando descubrieron que una mujer era responsable de los crímenes. Juana Barraza Samperio fue condenada por 17 muertes, aunque estimaron que hubo más víctimas.
El caso “Mataviejitas”
Entre 1998 y 2005, ocurrieron casi 50 asesinatos de mujeres mayores en circunstancias similares en la Ciudad de México: todas habían sido estranguladas con un cordón, un cable o una cinta, y el homicida se había llevado alguna pertenencia de su víctima como “recuerdo”.
Durante el inicio de los casos, pasaba un año o algunos meses entre cada crimen, pero la frecuencia aumentó notablemente en 2003 y el terror se expandió en el Distrito Federal.
Las sospechas de los investigadores se enfocaron en un posible asesino serial. Sin embargo, el problema radicaba en el hecho que desde 1942 no se registraban crímenes con las mismas características, y los policías no tenían mucha experiencia en analizar homicidios múltiples.
Después de la declaración de los testigos, las autoridades elaboraron un perfil con el cual encararon la búsqueda: el presunto homicida era una persona alta y corpulenta, de entre 45 y 48 años, con espalda ancha, manos grandes y pelo corto.
Además, se sabía que se vestía como enfermera y se hacía pasar como una persona que entregaba los bonos de apoyo económico que el gobierno otorgaba a las personas mayores de 70 años para comprar productos de primera necesidad.
Así se descubrió el modus operandi con el que atacaba a las mujeres. El “Mataviejitas” se presentaba en las casas de sus víctimas y les decía que les iba a brindar una tarjeta especial de los bonos. Tomaba el té con ellas, charlaba y después las atacaba con algún objeto que les robaba.
Para este punto de la investigación, la hipótesis más fuerte era que el homicida era un hombre, por la fuerza con la que asfixiaba a sus víctimas. A pesar de ello, no había ningún detalle que se descartara hasta el momento.
Por la presión política, social y mediática, la Justicia detuvo a tres personas y después confirmaron que no tenían nada que ver con el caso de las “abuelitas asesinadas”.
En primer lugar, detuvieron a Araceli Vázquez García, una mujer que actuaba bajo la misma modalidad que el “Mataviejitas” para robar, pero que nunca había matado a nadie. A pesar de que se comprobó que el homicidio que se le acusaba no había sido cometido por ella, aún sigue cumpliendo una pena de 23 años de prisión.
Poco después, los policías detuvieron a la enfermera Matilde Sánchez mientras iba a un banco en la delegación de Coyoacán. Horas más tarde, cuando se comprobó que no había pruebas en su contra, la liberaron.
Después fue el turno de Jorge Mario Tablas Silva. Los investigadores dijeron que era sospechoso de dos crímenes en los que se había vestido como enfermera y había usado una peluca rubia. Lo agarraron cuando intentaba estafar a una mujer de 66 años. La Procuraduría General empezó a investigarlo por ocho asesinatos más. Tablas Silva fue condenado y murió en la cárcel, pero tampoco resultó ser el sospechoso que la Justicia buscaba.
Ante la falta de resolución del caso, el gobierno del Distrito Federal arrancó una campaña para prevenir este tipo de casos en los adultos mayores. Se les pedía que no proporcione información a personas en la calle y que no le abrieran las puertas de su casa a desconocidos.
De los 125 retratos que se hicieron del “Mataviejitas”, los investigadores realizaron un modelo en plastilina para presentarlo a la sociedad, de manera que resulte más fácil identificar al asesino.
A medida que pasaban los años, la investigación se profundizaba como en una película de suspenso de Hollywood. En un mapa pegado a la pared ubicaron todos los puntos en los que ocurrió un asesinato y se analizó los lapsos de tiempo entre cada muerte, las circunstancias en las que encontraron la escena del crimen y las características de las víctimas.
De esta manera, llegaron a la conclusión de que el homicida siempre atacaba en casas cercanas a un parque o un jardín, ya que era una zona en la que estas personas solían frecuentar sus paseos y porque estaban cercanas a una estación de subte o de tren, lo que facilitaba su escape.
La última víctima
En la tarde del 25 de enero de 2006, Joel López llegó a su casa después del trabajo, pero antes de entrar se dio cuenta de que las ventanas del departamento de Ana María de los Reyes, la mujer de 82 años al que le alquilaba, estaban abiertas.
Si bien él la llamó, ella nunca respondió. Por eso, decidió entrar y se encontró con una escena escalofriante: la anciana estaba tirada en el piso con un estetoscopio alrededor de su cuello y ya no respiraba.
“En ese mismo instante, escuché un ruido. Y ahí vi a esta mujer. Ese pequeño instante fue de mirarnos a los ojos. Nunca hubo un diálogo con ella”, aseguró el testigo en “La Dama del Silencio: El caso Mataviejitas”, el documental de Netflix.
López gritó y pidió que detuvieran a la sospechosa, que ya había salido tranquilamente de la casa mientras él seguía en shock. La Policía detuvo a la asesina de Reyes cuando estaba a punto de bajar a una estación de subte.
La condena contra Barraza Samperio
A más de siete años, la Justicia atrapó a la “Mataviejitas” y, a diferencia de lo que creían los investigadores en un principio, era una mujer. Juana Barraza Samperio, de 48 años, aparentaba ser una luchadora profesional por las pertenencias que llevaba encima el día de su último crimen. Después pudieron establecer que solo entrenaba de manera amateur y que se hacía llamar “La Dama del Silencio”.
“No les puedo decir”, respondió a las cámaras y a la prensa cuando le consultaron por qué había matado a tantas “abuelitas”.
Después de su captura, Barraza Samperio admitió haber sido la autora de sólo cuatro homicidios de los cuales se sospechaba. En una de sus declaraciones, aseguró que la motivación de sus crímenes era el rencor que tenía hacia su madre. “Ella me regaló con un señor grande y fui abusada. Por eso odiaba a las señoras. Sé que no es excusa y que no merezco perdón de Dios ni de nadie. Pero yo lo hice”, sostuvo.
La investigación logró comprobar, a través de las huellas que la “Mataviejitas” dejó en las escenas de los crímenes, que había asesinado a 17 mujeres. La Justicia la condenó por sus crímenes a 759 años de prisión y la alojaron en la cárcel de Santa Martha Acatitla, ubicada en Iztapalapa, donde continúa en la actualidad.
A pesar de la condena, la “Mataviejitas” se convirtió en un ícono popular para la sociedad mexicana. Su caso se recreó en decenas de series; inspiró una canción de la cantante Amandititita, que lleva su mismo apodo como título; y protagonizó el libro “The Little Old Lady Killer: the Sensationalized Crimes of Mexico’s First Female Serial Killer”, de Susana Vargas Cervantes. Incluso, se llegó a fabricar indumentaria con la mítica foto de Juana con su traje de supuesta “luchadora profesional”.
En el penal de Santa Martha, Barraza Samperio mostró un buen comportamiento y se le otorgó el beneficio de cocinar todos los martes y vender comida para poder obtener un ingreso. En el 2015, se casó con Miguel Quiróz, un criminal acusado de robo y asesinato. Ambos se enamoraron a través de cartas, pero la distancia fue más fuerte y se divorciaron dos años más tarde.
Fuente: TN